·
Testimonio
de Julio Graves por Pedro Paz en su novela
“El hombre que mató a Durruti”:
“Llegamos a la plaza de Cuatro Caminos y giré
por la Avenida de Pablo Iglesias a toda velocidad. Pasamos al lado de unas
casitas bajas que hay al final de la avenida y luego giramos a la derecha.
Llegando a una bocacalle vimos a un grupo de milicianos que parecía venir a
nuestro encuentro. Durruti sospechó que aquellos muchachos tenían la intención
de abandonar el frente y me ordenó detener el coche. Maldita la hora, mi comandante.
Estábamos en zona de fuego enemigo. Las tropas moras, que ocupaban el Hospital
Clínico y dominaban el lugar, disparaban contra todo lo que se movía. No se
oían más que tiros por todos lados. Por precaución, estacioné el auto en la
esquina de uno de aquellos hotelitos de la zona. Durruti y Manzana bajaron del
coche y se fueron hacia el grupo de milicianos para preguntarles dónde iban.
Los soldados, sorprendidos en su falta, no supieron qué contestar. Durruti les
reprendió severamente y les ordenó que volvieran a sus puestos”.
— ¿Y usted descendió del vehículo? —preguntó Fernández Durán.
—No, señor. Yo estaba al volante y con el motor en marcha, a la espera de que
volvieran para ponernos a salvo lo antes posible.
—¿Qué ocurrió después? —Los soldados a los que reprendía
Durruti agacharon las orejas y se dieron media vuelta. Durruti y el sargento
Manzana se vinieron para el coche. Estábamos enfrente del Hospital Clínico y
los rebeldes no dejaban de disparar. Varias balas silbaron cerca. Parecía como
si los moros se hubieran dado cuenta de que estábamos allí y, al ser un blanco
fácil, hubieran decidido arremeter contra el coche. Pude oír a mi espalda cómo
Durruti abría la puerta de atrás del coche y a continuación un disparo. Durruti
cayó al suelo con el pecho cubierto de sangre. Yo salí del vehículo y, junto
con Manzana, lo colocamos en el asiento de atrás. Di media vuelta al coche y me
dirigí a toda velocidad hacia el hospital que hay en el hotel Ritz. Al llegar
nos atendió el doctor Santamaría, el médico de la columna, y se llevó a Durruti
rápidamente a los quirófanos que estaban en los sótanos del hotel.
· Testimonio de Antonio Bonilla por Pedro Paz en su novela “El hombre que mató a Durruti”:
"Me acompañé de dos hombres de
mi grupo, los dos buenos compañeros. Uno era Lorente, que elegí por ser el que
mejor conducía un coche entre nosotros, el otro era Miguel Doga, catalán, de
oficio carpintero, hombre de pocas palabras y muy valeroso. Pusimos en marcha
el coche que los compañeros de Madrid nos prestaron porque con el que vinimos
de Barcelona era muy viejo y demasiado grande. Al llegar al cuartel general,
Julio Graves que era el chofer de Durruti, terminaba de preparar el
"Packard" para el sargento Manzana y Durruti que se disponían a salir
con él. Al vernos vinieron hacia nosotros y les conté lo ocurrido. Entonces
indiqué a Julio Graves que siguiera nuestro coche puesto que había algunas
calles que estaban batidas por el fuego del enemigo y nosotros elegiríamos las
que quedaran fuera de cualquier peligro.
En el "Packard" iba Julio
Graves conduciendo; Manzana y Durruti iban sentados atrás. José Manzana llevaba
consigo, como de costumbre su "naranjero" colgándole del hombro en
tanto que su mano derecha la llevaba herida y en cabestrillo. Durruti, a simple
vista, parecía que no iba armado, pero no era así, porque él se colocaba en el
correaje su "Colt 45" en una funda, que quedaba oculta por el
chaquetón de cuero. En el coche nuestro
íbamos los tres: Lorente que lo conducía, Miguel Doga y yo. Cuando llegábamos a
las proximidades de los chalets donde estaban apostadas nuestras fuerzas
extremamos más las precauciones. Cada vez que teníamos que girar en alguna de
aquellas calles aguardábamos a que llegase el "Packard" de Durruti
para que nos siguiera perfectamente. Cuando doblamos la última calle en la que
unos cuarenta metros más abajo estaba el primero de los chalets que ocupábamos,
nos detuvimos unos veinte metros más allá de la esquina.
Al mirar atrás vimos que el
"Packard" se había detenido y que Durruti y Manzana se bajaban del
auto para hablar con cinco muchachos que estaban parados en aquel punto. No
puedo afirmarlo pero creo que aquellos jóvenes pertenecían a la Columna Del
Rosal y hasta, posiblemente, aquella madrugada habían intervenido en el asalto
al Hospital Clínico con los nuestros. El punto donde se encontraban no estaba
batido por el fuego enemigo. Estuvimos parados tres o cuatro minutos
aguardando, y cuando de nuevo volvimos a mirar hacia atrás con deseos de
comprobar si el "Packard" nos seguía de nuevo, vimos que el
"Packard" se había dado la vuelta y emprendía otra vez el camino de
regreso rápidamente. Inmediatamente bajé del coche y fui hasta los jóvenes que
seguían hablando en la misma esquina. Al preguntarles por qué se había vuelto
el coche, me respondieron que había un herido”.
·
Testimonio de José Manzana, según
García Oliver en su biografía:
Vi al sargento Manzana y al doctor
Santamaría, ambos sempiternos acompañantes de Durruti, que se me acercaron. Me
abrazaron, me expresaron sus condolencias, como si yo fuese el padre del
muerto. El símil se me antojó perfecto, pues que, en realidad, tal parecía mi
presencia en la exhibición de aquel cadáver sin nadie de su familia presente.
Casi al oído, muy quedamente, Manzana me dijo: — Queremos
hablar contigo. A solas.
Nos apartamos de la gente. En un
rincón formamos corro de tres.— Se trata de algo que hemos ocultado sobre la
muerte de Durruti. Dejamos que en Madrid se difundiera la noticia de que había
recibido un tiro, cosa natural donde tantos tiros se disparaban. Pero no es
cierto. Durruti no murió como corrió la noticia. Su muerte fue un accidente. Al
salir él del auto, resbaló, golpeó la culata de su « naranjero » en el suelo y
el percutor entró en función, desencadenando unos disparos, de los que uno le
dio a él. Nada se pudo hacer en el hospital. Murió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario