lunes, 25 de marzo de 2013

EXPEDIENTE DURRUTI: INVESTIGACIÓN


·        Testimonio de Julio Graves por Pedro Paz en su novela  “El hombre que mató a Durruti”:

 “Llegamos a la plaza de Cuatro Caminos y giré por la Avenida de Pablo Iglesias a toda velocidad. Pasamos al lado de unas casitas bajas que hay al final de la avenida y luego giramos a la derecha. Llegando a una bocacalle vimos a un grupo de milicianos que parecía venir a nuestro encuentro. Durruti sospechó que aquellos muchachos tenían la intención de abandonar el frente y me ordenó detener el coche. Maldita la hora, mi comandante. Estábamos en zona de fuego enemigo. Las tropas moras, que ocupaban el Hospital Clínico y dominaban el lugar, disparaban contra todo lo que se movía. No se oían más que tiros por todos lados. Por precaución, estacioné el auto en la esquina de uno de aquellos hotelitos de la zona. Durruti y Manzana bajaron del coche y se fueron hacia el grupo de milicianos para preguntarles dónde iban. Los soldados, sorprendidos en su falta, no supieron qué contestar. Durruti les reprendió severamente y les ordenó que volvieran a sus puestos”.

— ¿Y usted descendió del vehículo? —preguntó Fernández Durán. —No, señor. Yo estaba al volante y con el motor en marcha, a la espera de que volvieran para ponernos a salvo lo antes posible.

—¿Qué ocurrió después? —Los soldados a los que reprendía Durruti agacharon las orejas y se dieron media vuelta. Durruti y el sargento Manzana se vinieron para el coche. Estábamos enfrente del Hospital Clínico y los rebeldes no dejaban de disparar. Varias balas silbaron cerca. Parecía como si los moros se hubieran dado cuenta de que estábamos allí y, al ser un blanco fácil, hubieran decidido arremeter contra el coche. Pude oír a mi espalda cómo Durruti abría la puerta de atrás del coche y a continuación un disparo. Durruti cayó al suelo con el pecho cubierto de sangre. Yo salí del vehículo y, junto con Manzana, lo colocamos en el asiento de atrás. Di media vuelta al coche y me dirigí a toda velocidad hacia el hospital que hay en el hotel Ritz. Al llegar nos atendió el doctor Santamaría, el médico de la columna, y se llevó a Durruti rápidamente a los quirófanos que estaban en los sótanos del hotel.

·        Testimonio de Antonio Bonilla por Pedro Paz en su novela  “El hombre que mató a Durruti”:

"Me acompañé de dos hombres de mi grupo, los dos buenos compañeros. Uno era Lorente, que elegí por ser el que mejor conducía un coche entre nosotros, el otro era Miguel Doga, catalán, de oficio carpintero, hombre de pocas palabras y muy valeroso. Pusimos en marcha el coche que los compañeros de Madrid nos prestaron porque con el que vinimos de Barcelona era muy viejo y demasiado grande. Al llegar al cuartel general, Julio Graves que era el chofer de Durruti, terminaba de preparar el "Packard" para el sargento Manzana y Durruti que se disponían a salir con él. Al vernos vinieron hacia nosotros y les conté lo ocurrido. Entonces indiqué a Julio Graves que siguiera nuestro coche puesto que había algunas calles que estaban batidas por el fuego del enemigo y nosotros elegiríamos las que quedaran fuera de cualquier peligro. 

En el "Packard" iba Julio Graves conduciendo; Manzana y Durruti iban sentados atrás. José Manzana llevaba consigo, como de costumbre su "naranjero" colgándole del hombro en tanto que su mano derecha la llevaba herida y en cabestrillo. Durruti, a simple vista, parecía que no iba armado, pero no era así, porque él se colocaba en el correaje su "Colt 45" en una funda, que quedaba oculta por el chaquetón de cuero.  En el coche nuestro íbamos los tres: Lorente que lo conducía, Miguel Doga y yo. Cuando llegábamos a las proximidades de los chalets donde estaban apostadas nuestras fuerzas extremamos más las precauciones. Cada vez que teníamos que girar en alguna de aquellas calles aguardábamos a que llegase el "Packard" de Durruti para que nos siguiera perfectamente. Cuando doblamos la última calle en la que unos cuarenta metros más abajo estaba el primero de los chalets que ocupábamos, nos detuvimos unos veinte metros más allá de la esquina.  

Al mirar atrás vimos que el "Packard" se había detenido y que Durruti y Manzana se bajaban del auto para hablar con cinco muchachos que estaban parados en aquel punto. No puedo afirmarlo pero creo que aquellos jóvenes pertenecían a la Columna Del Rosal y hasta, posiblemente, aquella madrugada habían intervenido en el asalto al Hospital Clínico con los nuestros. El punto donde se encontraban no estaba batido por el fuego enemigo. Estuvimos parados tres o cuatro minutos aguardando, y cuando de nuevo volvimos a mirar hacia atrás con deseos de comprobar si el "Packard" nos seguía de nuevo, vimos que el "Packard" se había dado la vuelta y emprendía otra vez el camino de regreso rápidamente. Inmediatamente bajé del coche y fui hasta los jóvenes que seguían hablando en la misma esquina. Al preguntarles por qué se había vuelto el coche, me respondieron que había un herido”.

·        Testimonio de José Manzana, según García Oliver en su biografía:

Vi al sargento Manzana y al doctor Santamaría, ambos sempiternos acompañantes de Durruti, que se me acercaron. Me abrazaron, me expresaron sus condolencias, como si yo fuese el padre del muerto. El símil se me antojó perfecto, pues que, en realidad, tal parecía mi presencia en la exhibición de aquel cadáver sin nadie de su familia presente.
Casi al oído, muy quedamente, Manzana me dijo: — Queremos hablar contigo. A solas.
    Nos apartamos de la gente. En un rincón formamos corro de tres.— Se trata de algo que hemos ocultado sobre la muerte de Durruti. Dejamos que en Madrid se difundiera la noticia de que había recibido un tiro, cosa natural donde tantos tiros se disparaban. Pero no es cierto. Durruti no murió como corrió la noticia. Su muerte fue un accidente. Al salir él del auto, resbaló, golpeó la culata de su « naranjero » en el suelo y el percutor entró en función, desencadenando unos disparos, de los que uno le dio a él. Nada se pudo hacer en el hospital. Murió.

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